Catedral de Santa María, volumen 1: el imafronte barroco (plaza del Cardenal Belluga, s/n).
En 1733 una riada del bravo Segura daña los cimientos de la fachada principal de la catedral de Santa María de Murcia. Había por tanto que derribar la ruinosa portada renacentista, del siglo XVI, y construir una nueva. Los trabajos se finalizan en 1754, siendo llevados a cabo por el arquitecto Jaime Bort junto a numerosos colaboradores (entre ellos su hermano el escultor Vicente Bort), bajo los planos del ingeniero militar Sebastián Feringán.
Nos encontramos ante una de las obras maestras más brillantes e icónicas del Barroco español. A mitad de camino entre la arquitectura y la escultura, toda la fachada es concebida como un gran retablo para exaltar la grandeza de la Diócesis de Cartagena, estando dedicada a la Virgen María. Así, junto a la representación de la Asunción y Coronación de la Virgen, están los reyes San Hermenegildo y San Fernando; San Leandro, San Fulgencio, Santa Florentina y San Isidoro; también San Pedro y San Pablo; los arcángeles San Rafael y San Gabriel; San Patricio (patrón de Murcia); y San Lorenzo Justiniano, así como Santo Tomás y Santa Teresa de Jesús; ¡está representado hasta ‘el apuntador’!
Tres puertas: la gran puerta central, la del Perdón (reservada a la realeza); las laterales reciben los nombres de San José o del Concejo (derecha) y de San Juan Bautista o del Obispo (izquierda).
La fachada de la Catedral de Murcia no es sólo la última gran obra del barroco español, sino una de las más importantes por su riqueza decorativa y calidad escultórica, convirtiendo a Murcia en uno de los focos escultóricos más importantes del siglo XVIII.
Apogeo de luces y sombras, de sinuosas curvas, de salientes y entrantes en piedra que intensifican el contraste, su inmensurable y deliciosa belleza la han convertido en nuestro símbolo y estampa. Ahí sigue, con casi 300 años a cuestas, dejando con la boca abierta a todo aquel que se deja caer por Belluga y tiene la suerte de poder contemplarla. ¡No se cansa uno de admirarte, querida!