Convento de Santa Ana, volumen 4: altar de la Virgen del Rosario (Plaza Santa Ana, 2).
Sobre la primigenia ermita dedicada a Santa Ana, las monjas dominicas construyen, a finales del siglo XV, un cenobio que irá evolucionando hasta convertirse en el vetusto monasterio que conocemos hoy. Esta primigenia ermita servirá de templo a las monjas desde su ubicación aquí en 1490 y hasta su obsolescencia a principios del siglo XVII. Se inaugura entonces una nueva iglesia conventual, en estilo renacentista, para el cual se construye un gran retablo mayor dedicado a la madre de la Virgen, atribuido al taller del escultor Juan Francisco Estangueta.
Cuando en el siglo XVIII se construye el actual templo (el tercero y definitivo), las monjas deciden salvar su anterior retablo principal, colocándolo esta vez en el transepto del Evangelio (el lado izquierdo si miramos hacia el Altar Mayor), dándole un nuevo uso como marco de una de las advocaciones marianas más importantes para la orden dominica: la Virgen del Rosario. Gracias a esto, podemos admirar hoy el que fue el altar mayor de la segunda iglesia, que en otra circunstancia, habría sido eliminado.
Se trata de un retablo puramente renacentista, aunque en él se empiezan a ver discretas trazas del futuro estilo Barroco. En sus pinturas y esculturas aparece una amplia representación de santos relacionados con la orden, así como pasajes de la vida de Santa Ana. En el siglo XVIII, cuando el retablo es adaptado a su nuevo uso, se añaden algunos elementos. Entre ellos, destaca la imagen protagonista: la Virgen del Rosario, atribuida a Juan Porcel, y de gran devoción para esta comunidad, la cual va siempre impecablemente vestida con trajes elaborados en el taller de bordados del propio convento.