#BarriosdeMurcia, volumen 6: San Miguel.
En la Murcia islámica plenamente consolidada del siglo XII, existía un arrabal con su propia cerca, que conocemos como ‘de la Arrixaca’. Esta arrabal estaba dividido en dos zonas diferenciadas: la oeste, más humilde, y la norte. En la norte se asentaron las familias pudientes de la aristocracia ansalusí, con sus grandes almunias y palacios, huertos y jardines regados por la acequia Mayor Aljufía, que lo atraviesa de oeste a este. El más importante será el de recreo del rey, el Alcázar Seguir o Menor, que hoy ocupan las monjas de Santa Clara. Testigo de esta época es el maltrecho y abandonado yacimiento de San Esteban.
Con la llegada de los cristianos, las mezquitas se convertirán en iglesias, como es el caso de San Miguel, que da nombre al barrio. También llegarán las órdenes religiosas, ubicándose en esta zona el colegio de los Jesuitas de San Esteban, o los conventos de los carmelitas descalzos de Santa Teresa, las franciscanas de Santa Clara o los Dominicos. La fachada urbana se completa hoy con el palacete de los Almodóvar (con su popular arco) o el de Vinader. De la pujanza y renovación del siglo XVIII nos queda el más destacado de los retablos barrocos de la ciudad: el de la parroquia titular del barrio, realizado por Salzillo y Jacinto Perales.
El siglo XIX traerá la desamortización de conventos como el de Santo Domingo y la construcción en su antiguo huerto del principal teatro de la ciudad, el dedicado a Julián Romea. Aquí se construirá también el ‘primer rascacielos murciano’: la Casa de los Nueve Pisos, y una de las cuatro escuelas graduadas, el colegio Cierva Peñafiel.
El siglo XX terminará de consolidar el barrio y lo expandirá hacia el norte con la apertura del popular Tontódromo y la construcción de la Plaza Circular y las avenidas de ronda. San Miguel es hoy el más exclusivo de los barrios murcianos, habiéndose sabido asentar a medio camino entre el casco histórico y el moderno ensanche.