La Murcia Desaparecida, volumen 59: la plaza de Santa Isabel.
En 1836, el corregidor Pedro Chacón, en plena revolución desamortizadora, decidió expulsar a las monjas franciscanas del convento de Santa Isabel (‘las Isabelas’) y derribar su monasterio, surgiendo este espacio público del vacío que dejó ese inmueble. El humilde corregidor bautizó a la plaza con su nombre: ‘de Chacón’, pero los díscolos murcianos nunca llegamos a llamarla así, y en memoria del desaparecido convento siempre se la conoció como plaza de Santa Isabel.
Numerosos y nobles palacetes se desarrollaban en torno a esa gran plaza, una de las de mayor tamaño para la época, siendo el mejor ejemplo el palacio del Vizconde de Huertas, con su popular arco. En 1889 se inaugura el monumento a los Hijos Ilustres de Murcia, del escultor Juan Antonio Molina, que aún hoy la preside.
Su fisionomía cambió definitivamente con la llegada del oscuro Desarrollismo de los años 50, y la apertura de la Gran Vía, paradigma de la destrucción del trazado islámico de la ciudad. En este momento pasó de ser una plaza de planta casi triangular y cerrada por prácticamente todos sus lados, a ser una plaza-jardín de planta rectangular, abierta a una enorme avenida de gran tráfico, donde desaparecieron sus palacetes y casitas de tres o cuatro alturas, y aparecieron grandes moles de hasta quince alturas, (¡qué disparate!).
Poco o nada queda de aquella ajardinada plaza decimonónica, más allá del citado monumento y de la (pobre, anecdótica, descontextualizada) recreación del arco del palacete del Vizconde de Huertas que conectaba la de Santa Isabel con la vecina plazoleta de los Gatos, también desaparecida bajo el asfalto de la Gran Vía.