Catedral de Santa María, volumen 3: la capilla de Junterón (plaza de los Apóstoles, s/n).
La renacentista capilla de Junterón cuenta con una de las arquitecturas interiores más impresionantes, bellas y destacadas del siglo XVI español. Su origen se encuentra en la necesidad de habilitar espacios de enterramiento para personajes ilustres, en este caso, para Gil Rodríguez de Junterón, ministro eclesiástico quien trabajó en Roma para el Papa Julio II. Junterón, por cierto, se trajo consigo de la ‘Ciudad Eterna’ un sarcófago romano para ser enterrado que es una autentica obra de arte, y que se puede contemplar en el Museo de la Catedral de Murcia.
El arquitecto Jerónimo Quijano, influido por las renacentistas tendencias italianas imperantes en ese momento, pero con su genial maestría personal (también es autor del segundo cuerpo de la torre catedralicia) construye la capilla con dos ámbitos definidos por sus diferentes techos. El primero está cubierto por una sobria y clásica cúpula. Tras este primer ámbito y, después de cruzar una columnata, encontramos la segunda, la que sin duda es una de las obras más hermosas, singulares e importantes de ese siglo en el arte de España: la maravillosa bóveda de horno (o semicúpula), con óculo central que deja pasar la luz, formada con segmentos de una exquisita ornamentación de estilo italiano, en los que aparecen con frecuencia, incluso, imágenes demoníacas.
El suelo de la capilla está cubierto con cerámica vidriada, entre las que se pueden leer la sentencia: “AQUÍ VIENE A PARAR LA VIDA”. No nos importaría que la nuestra fuera a parar a un sitio tan espectacular.
En el artísticamente nada despreciable exterior de la capilla se puede leer una inscripción: “DE JUNTERON ES” (propiedad de Junterón), de ahí que, popularmente, haya sido siempre conocida como capilla de Junterones. ¡Lo que nos gustará a los murcianos cambiarle el nombre a las cosas y lugares!